La España de la oscuridad… y del aplauso fácil

Juan Andrés Frías González

Mientras unos miraban desolados el frigorífico y otros las flamantes placas solares que no lograban aliviar el apagón, nuestro presidente encargaba el relato a sus innumerables asesores porque algo habría que decir.

Dicho y hecho. España es un gran país y su gente se crece ante la adversidad. Lo mismo le da una pandemia mortal, que un volcán en erupción, una dana, un colapso ferroviario o un apagón. El gran apagón que nos asemeja a los más vulnerables es una gran oportunidad para sacar lo mejor de nosotros mismos. Con dos o tres apagones de este tipo podemos llegar a eliminar los accidentes de tráfico, incrementar la productividad, disminuir los delitos y hasta erradicar el paro juvenil. Lo dicho, lo mejor de nosotros mismos.

Ahora, para ser suficientemente felices, sólo nos falta que el Gobierno asuma alguna responsabilidad y trate de explicar a los que soportamos su mando (y sus impuestos), las causas que explican el hecho que pone a los españoles al borde de la heroicidad.

España es un gran país y su gente se crece ante la adversidad. Lo mismo le da una pandemia mortal, que un volcán en erupción, una dana, un colapso ferroviario o un apagón. El gran apagón que nos asemeja a los más vulnerables es una gran oportunidad para sacar lo mejor de nosotros mismos

Tampoco es estrictamente necesario, sobre todo si creemos que ya no volverá a pasar. No sabemos qué ocurrió, pero “estamos convencidos” que no puede ocurrir otra vez. Pero la esperanza no nos debe faltar. En un nuevo contratiempo, al comportamiento ejemplar de la ciudadanía se sumará una clase dirigente que, hasta ahora, anda un poco alejada de las personas, también de carne y hueso, que sostienen sus salarios y prebendas.

Ahora esperamos que Gobierno y oposición sean los primeros en cumplir la legislación, incluido los preceptos constitucionales. Que cargos públicos, desde el más pequeño de los ayuntamientos hasta las urbes con más dificultades, den lo mejor de sí mismos, siquiera sea por imitación de lo que hacen la inmensa mayoría de los gobernados. Que los jueces persigan a los delincuentes con sus sentencias y no con la presión insostenible de las formaciones políticas.

Escribo este relato cuando asistimos al debate de la privacidad, sesgado por el forofismo de los que equiparan su partido con su equipo favorito. La publicación de conversaciones privadas son bienvenidas si perjudican al adversario y constituyen una intolerable intromisión cuando airean las vergüenzas (políticas o no) de nuestros colores. Rojos, rosados, naranjas, azules o verdes deberían hacer una profunda reflexión sobre lo mal que administran nuestra confianza. Algunos se merecen unas urnas vacías y una temporada larga en el desempleo institucional. Una temporada de limpieza de comportamientos, de vuelta al trabajo: en la escuela, en la consulta, en la oficina, en el hospital, en el taller…,aunque todo ello suponga dejar de ejercer una profesión (la de político en ejercicio) para la que no parecen estar suficientemente formados. Y me refiero a un ejercicio basado en las reglas democráticas, en la cordura, en el respeto al adversario y al ciudadano que le da el voto y el sustento económico.

No estaría mal vista una época de mayor sosiego, de mayor consenso en los grandes retos que cualquier país moderno tiene que afrontar, de menos confrontación y crispación estéril.

El parlamento no sirve absolutamente para nada, si no lleva a cabo su función constitucional: legislar y controlar al poder ejecutivo. El ministro contesta y el diputado pregunta. No se deben invertir los términos porque, en ese caso, sobraría el más importante órgano de representación ciudadana. Es cierto que habría un ahorro importante, pero también se puede ahorrar en otras cosas. Sólo acabando con la ineficiencia y la corrupción podríamos incrementar la atención social para la mayoría.

Termino lamentando la situación, porque nunca pensé que la actividad política partidista pudiese degradarse hasta los extremos actuales.

Rogaría a la militancia que traslade la inquietud que muchos sentimos hacia el interior de sus respectivas organizaciones. No se callen, saquen los colores a sus líderes cuando lo merezcan, no practiquen el aplauso fácil, no sean aburridos con el relato, tiren el argumentario al cubo de la basura… En definitiva, eleven el nivel de nuestra democracia que sufre a borbotones la invasión de mediocres que, por si fuese poco, tienen ramalazos dictatoriales que asustan a los que queremos una España menos tensionada. ¿verdad, Sr. Zapatero? Con Vd empezó a zozobrar el barco de la reconciliación. Su aportación política es sencillamente una agresión al futuro de nuestra democracia. Si, además, encontró seguidores capaces de completar la faena, alcanzarán, todos juntos, el dudoso honor de haber contribuido otra vez al desastre.

De cualquier forma, deseo mucha suerte a todos, a los aforados y a los que no lo están, a los del Gobierno y a los que hacen oposición al mismo, a los que defienden legítimamente sus ideas y a los que discrepan de ellas…

Y un deseo añadido: ¿Pueden dejar a España tranquila? Sería de agradecer.

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