La gestión forestal o cómo evitar los grandes incendios forestales (III)
- Francisco Castañares Morales
En los dos artículos anteriores analizábamos las posibilidades de que incendios tan destructivos como los de Los Ángeles, Maui, Ática o Pedrógão Grande pudieran ocurrir en España y qué hacer para evitarlos.
Nuestras principales preocupaciones las resumiríamos en tres: los incendios de interfaz urbano forestal, las densidades de vegetación que superan las 10 Tm/ha de combustible disponible para arder y las que lo hacen, además, en grandes superficies continuas.
La biomasa forestal tiene una gran capacidad energética: 1 tonelada de biomasa equivale a 0,4 toneladas de petróleo. Los montes españoles producen, de media, entre 2 y 4 toneladas anuales de biomasa por hectárea, lo que equivaldría a 105 millones de barriles de petróleo al año. España consume cada año unos 500 millones de barriles de petróleo. Por tanto, estamos hablando de que el crecimiento de la biomasa forestal de nuestros montes equivale al 20% de nuestro consumo anual de petróleo.
Francisco Castañares Morales
En Extremadura nuestros montes producen entre 2 y 6 toneladas de vegetación nueva cada año. Si utilizamos el índice más bajo de su capacidad productiva, estaríamos hablando de una producción mínima de 6 millones de barriles equivalentes de petróleo.
¿Se imaginan que de pronto apareciera un jeque árabe y le pidiera una reunión a la presidenta de la Junta de Extremadura para decirle que iba a abrir una serie de pozos de petróleo en la región para alcanzar una producción anual de 6 millones de barriles? Todos los periódicos de la región y los informativos de radio y televisión abrirían durante semanas y meses con esta espectacular noticia.
El fuego de baja intensidad es una vacuna contra los grandes incendios. Aplicándolo con inteligencia en nuestros montes eliminamos el combustible sobrante que no hemos aprovechado y reforzamos su capacidad de resistencia
Nuestros políticos de gobierno y oposición no hablarían de otra cosa. Se posicionarían los alcaldes de las zonas “agraciadas” y comenzaría el gran debate regional sobre si nuestro oro negro debía refinarse aquí o se iría como siempre a añadir valor fuera de nuestras fronteras. Y no digamos lo que ocurriría con el debate medioambiental, por la potencial contaminación del “nuevo” recurso energético.
Pues bien, no hace falta que venga ningún jeque árabe a anunciar tan buena nueva, ni que abramos un gran debate sobre nuevos yacimientos fósiles. Cada uno de nuestros montes es, potencialmente, un pozo de petróleo. Afortunadamente no es una energía fósil, pues su producción se renueva cada año con 2,8 barriles equivalentes de petróleo verde por hectárea.
Pero esa “renovación” supone un grave problema para nosotros. En verano se seca y corre serio peligro de quemarse, poniendo en peligro vidas y haciendas.
Los extremeños somos potencialmente ricos, pero incapaces hasta ahora de aprovechar eficazmente nuestros recursos. Despilfarramos cada año el equivalente a 6 millones de barriles de petróleo, que además se queman y destruyen una de nuestras principales fuentes de riqueza, obligándonos a gastar decenas de millones de euros en medios de extinción que además consumen toneladas de combustible fósil para apagar los incendios de nuestro combustible verde.
Los grandes incendios forestales, por su enorme carga de combustible no pueden apagarse, pero sí pueden evitarse. Podemos hacerlo de tres formas: mediante gasto público, aprovechando su potencial energético o quemándolo en fuegos de baja intensidad.
Ya hemos visto que mediante gasto público no llegamos, salvo que estemos dispuestos a multiplicar por 20 el dinero que ahora destinamos a prevenirlos. Podemos aprovechar su potencial energético para dotarnos de energía térmica y eléctrica, generando riqueza y empleo en las zonas más pobres y despobladas de nuestra región. Su aprovechamiento es rentable, como estamos viendo en los proyectos que ahora comienzan su andadura. La sociedad extremeña y quienes la gobiernan o aspiran a gobernarla harían bien en mirar a su potencial de desarrollo, abriendo vías para facilitar la eclosión de nuevos proyectos.
Por último, los medios regionales de extinción tienen que especializarse en el uso del fuego técnico para luchar contra los grandes incendios. Es su principal herramienta, en ocasiones mucho más eficaz, y más barata, que otros medios aéreos o terrestres. El fuego de baja intensidad es una vacuna contra los grandes incendios. Aplicándolo con inteligencia en nuestros montes eliminamos el combustible sobrante que no hemos aprovechado y reforzamos su capacidad de resistencia.
Gasto público, aprovechamiento energético o fuego técnico de baja intensidad. Elijan en cada caso lo que más conviene. Tenemos la suerte de que los tres son compatibles. Podemos gastar dinero público manteniendo y mejorando nuestros medios de extinción, aprovechar el potencial energético de la biomasa para crear riqueza y empleo y usar el fuego técnico para reducir el combustible sobrante que no es rentable extraer.
Ya vamos tarde, pero aún estamos a tiempo de evitar sufrimientos mayores.


