Valiente galardón
- José Fermín Plaza
Ojo avizor el panorama es éste: un terruño, neblinoso y campanudo a partes desiguales, con panorámicas de islas rodeadas de tierras y tierras rodeadas de islas. Islas desiertas y sin tesoros donde la credibilidad de los dirigentes se desabastece de argumentos ante la población, sobre todo cuando presentan como justificante un catálogo de penitencias y otro de croquetas. Croquetas de mentiras fritas bien rebozadas de promesas.
Mala cosa cuando el hombre modela el paisaje y luego el poder modela al hombre. El resultado es un espacio geográfico en volandas hacia la desertificación salpicado de esculturas zoomorfas de “verracos” vetones. A menudo, entoldamos el conjunto con un palio grisáceo donde solemos cambiar el valor educativo del ejemplo, el buen ejemplo, por un aquelarre de la vulgaridad entre los cerros de Úbeda. No pinta bien el producto cuando ensalzamos a ésta, a la vulgaridad, con una dotación de artillería, un status atractivo y un trampolín en su heráldica: bien para subirse a la parra o para alcanzar los pisos altos del parasitismo.
José Fermín Plaza
Mejor, por supuesto, recordar buenos momentos. Sacar, al efecto, la alhaja de la melancolía del joyero de entonces y untar con el bálsamo de la alegría aquellas horas tatuadas por la amargura. Tampoco va mal arrimar los buenos momentos a la floración de los almendros, a la ocasión de ser tú mismo y después, de la mano del olvido, pasear los rencores por un campo de minas. Otra cosa, bien distinta, es cuando nos ponemos a revisitar la memoria al objeto de actualizar las fantasías, situando los rescoldos del recuerdo de otros tiempos frente a la esquina del viento. O cuando solicitamos ingresar en el sanatorio de la Luna una temporada para desintoxicarnos de quimeras.
A nivel de país, por lo menos, hemos recibido un galardón internacional por ser la tumba de la imparcialidad. Un cuchillo de plata, a modo de insignia, por liderar la charcutería del morbo
Dijo el poeta asistido por la sabiduría: “todos tenemos a alguien que no tenemos” (sobre todo cuando hace falta). Es en esos momentos cuando el estratega de la soledad nos recomienza azuzar la hoguera de la incertidumbre con una rosa o animarnos a cruzar el cabo de Las Tormentas con un breviario y un caramelo de menta. Ya se sabe, por experiencia, que las personas se mudan de ropa pero no de carácter. Como tu ropa tendida, tirando a descolorida con cicatrices textiles. No conviene olvidar, a propósito, esa rara habilidad tuya de anudar el carámbano. Luego le ponías una cucharada de locura al café de la mañana… para andar por el día sin perder de vista la normalidad. No es de extrañar, entonces, que la picaresca sea tu manual de conducta y el esperpento un salvoconducto ibérico para andar por la tierra de los cuentos.
Eso sí, a nivel de país, por lo menos, hemos recibido un galardón internacional por ser la tumba de la imparcialidad. Un cuchillo de plata, a modo de insignia, por liderar la charcutería del morbo. Como esos tipos que saltean las entendederas en la sartén de las peteneras mientras en su gremio asistimos incrédulos a la voladura, controlada y caballar, de su tabique nasal. Son esos mismos que hacen de su levedad un galardón. Valiente galardón que luces en el pecho con orgullo a partir del trazado cubista de un zurullo.
¡Qué lejos quedan los recuerdos cuando se alcanzan! Cuando te llega su acuse de recibo y huyes de tanta petulancia buscando la sombra balsámica de un olivo. O cuando te pierdes por ese lugar donde el fuego acordonaba la dulzura en tu mirada, aquella mirada con la que hablabas tan callada, aquella mirada por donde tanto navegaba el barco de los sueños tras ser inaugurado con una botella de cava.


