De la educación mejor no hablamos (II)
- Damián Beneyto Pita
tra innovación educativa de este sistema es el adoctrinamiento que, aunque comienza ya sutilmente en las primeras etapas, es en la ESO donde alcanza su apogeo. La urbanidad y el civismo, como normas de convivencia, se consideran retrógradas y casposas. El esfuerzo, el trabajo y el sacrificio, necesario para conseguir alcanzar unas metas en nuestra vida que nos acerquen a la felicidad y al éxito son sólo quimeras sin sentido. Aquí lo importante es hacer ciudadanos políticamente correctos, que carezcan de espíritu crítico (algo bastante fácil de conseguir dada su ignorancia) y que adopten el nihilismo y la doctrina woke como ideología. Aleccionar a los adolescentes de cómo se debe de entender el sexismo, el machismo, el feminismo, el animalismo, el ecologismo, el racismo, el populismo, el antisemitismo, el buenismo y demás “ismos” de moda, desde el dogmatismo y la intolerancia, solo crea individuos intransigentes, fanáticos y sectarios, pero muy obedientes.
Sin embargo no podemos olvidar la responsabilidad de los padres en todo este proceso educativo. Desgraciadamente cada vez más progenitores hacen dejación de funciones en lo que a la educación de sus hijos se refiere y sólo les preocupa ser molestados lo menos posible. Existe una permisibilidad que nace de la comodidad; educar es responder con el ejemplo, decir a veces que no a pesar del posible conflicto que pueda generar esa contrariedad y sobre todo sacrificio. Pero también es cierto que el propio sistema educativo alienta, como ya hemos dicho, la vagancia, la irresponsabilidad y condena la excelencia tanto la humana como la académica.
Aquellos padres que se sacrificaban sin vacaciones por que sus hijos tenían que estudiar en verano para examinarse en septiembre ya han pasado a la historia, aquellos padres que se quedaban hasta las tantas ayudando a sus hijos en las tareas ya quedan pocos y sobre todo aún quedan menos a los que les interesa lo que aprenden sus hijos y colaboran con el profesorado en el proceso educativo. No hace tanto tiempo los niños iban mayoritariamente educados a la escuela, se educaba en casa y en el centro docente se instruía y se completaba la educación, hoy los tiernos infantes se educan en los móviles a través de internet y de las redes sociales, y esto son los resultados.
Damián Beneyto Pita
La Formación Profesional también ha sufrido los efectos de esta corriente pedagógica “logsiana” y, en lugar de potenciarla y darle la importancia social que merece, se la sacó de su contexto pretendiendo darle un rango que no tenía, ni necesitaba y eliminando las particularidades que hacían de esta enseñanza un caladero de técnicos especialistas de primer nivel. Acabar con la Universidades Laborales, creadas en 1955, fue un gran error, su funcionamiento era modélico, la labor social que realizaban magnífica y desde el punto de vista académico el nivel era excelente, pero claro las creó el franquismo y ya se sabe…
Otro dislate fue el suprimir los institutos específicos de Formación Profesional para unificarlos con los de Bachillerato y así dar una falsa imagen de igualdad educativa que solo reportó un gasto cuantioso e innecesario y la falta de optimización de los recursos ya existentes. Se desmontaban aulas taller que estaban en perfecto estado y se montaban otras nuevas para los mismos estudios en otro centro de la misma localidad, una gilipolluá como la copa de un pino a costa del bolsillo del contribuyente.
«Otro dislate fue el suprimir los institutos específicos de Formación Profesional para unificarlos con los de Bachillerato y así dar una falsa imagen de igualdad educativa que solo reportó un gasto cuantioso e innecesario y la falta de optimización de los recursos ya existentes»
Los actuales ciclos formativos, a pesar del importante desembolso económico realizado, no tienen la repercusión que deberían tener en el mercado laboral, especialmente los de grado medio, pues ni siquiera las distintas administraciones públicas exigen esas titulaciones para acceder al empleo público. La tan cacareada formación dual no acaba de funcionar excepto en raras y honrosas excepciones y los convenios con las empresas distan mucho de compensar el esfuerzo que se les exige a los empresarios. Hay también que constatar que, para compensar la falta de alumnado y de recursos, los centros de secundaria se han llenado de ciclos formativos de contenidos más que discutibles (por muy rimbombantes que sean sus nombres), cuyo mercado laboral es mínimo o inexistente lo que es un auténtico fraude al alumnado.
El bachillerato con la LOGSE fue reducido a la mínima expresión pasando de cuatro cursos a dos cursos. Para acceder a estos estudios no obligatorios, que son la puerta de entrada a la universidad, se exige estar en posesión del título de la ESO, título que ha ido progresivamente enflaqueciendo hasta convertirse en papel mojado que no acredita absolutamente nada dada la evaluación metafísica con criterios esotéricos (de la que ya he hablado en la primera parte de esta parrafada), a la que se somete al alumnado para titular.
Un alumno puede titular con un montón de asignaturas pendientes (que no tendrá que recuperar) siempre que la junta de evaluación correspondiente le considere lo suficientemente “competente” aunque no sepa hacer la “O” con un canuto. Naturalmente, y para evitar cualquier tipo de segregación social, el título será el mismo para el que titula con todo sobresalientes que para el que titula con una ristra de “cucúrbitas máximas” (calabazas gordas en román paladino), lo que faculta a cualquiera a acceder al bachillerato por cualquiera de sus especialidades aunque las “cucurbitáceas” obtenidas, y convenientemente blanqueadas, sean la Lengua Española, las Matemáticas, la Física y Química, la Historia, la Biología, etc.
Reducir el bachillerato a dos años, como decía antes, ha sido un sinsentido que ha repercutido muy negativamente en la preparación de los alumnos que aspiran a hacer una carrera universitaria. Condensar en dos cursos los contenidos de cuatro sólo lleva a reducirlos considerablemente pues no hay tiempo material para impartirlos y, si a esto añadimos que muchos alumnos que cursan bachillerato vienen con “taras académicas” importantes de la ESO, el resultado es que nuestros bachilleres, excepto raras excepciones, llegan a la universidad mucho peor preparados de lo que lo hacían antes de la siniestra LOGSE.
Pero, por si fuera poco, también el título de bachiller tiene “aguinaldo” y se puede obtener, previo visto bueno de la junta de evaluación (que no se va a complicar la vida), con una asignatura suspensa, sea la que sea, aunque el alumno haya chuleado al profesor de la materia durante todo el curso (he sido testigo de ello). La normativa al respecto es leonina y, lo mejor que puede hacer el profesor para salvaguardar su salud mental, pues la dignidad ya se encarga la administración de quitársela, es poner cara de póquer y “tos p´alante”.
No quiero terminar mi parrafada sin hacer un breve comentario sobre la Selectividad conocida ahora por la EBAU. Esta prueba, que debería servir para que el alumnado que accediera a la universidad tuviera la formación y los conocimientos mínimos para ser universitario, sólo sirve para poner al personal en fila para la elección de carrera. Que la aprueben más del 90% del alumnado da una idea del nivel de exigencia de la misma a lo que se une los agravios comparativos entre las distintas comunidades, en el nivel de las pruebas, para engordar la nota final de sus “aspirantes”.
Muchas cosas me dejo en el tintero, el profesorado cada vez menos vocacional y más sumiso, la inspección educativa auténticos comisarios políticos que en lugar se solucionar problemas a los centros los crean, la administración educativa dedicada solo a la burocracia y a blanquear estadísticas, los sindicatos cada vez menos preocupados de la calidad de la enseñanza y más de aumentar sus recursos y el número de liberados, etc.
Como ven, yo de la educación sí hablo. Durante más de 40 años ha sido una parte importante de mi vida.


