Tipos singulares
- José Fermín Plaza
Constantemente, al paso de los tiempos, surgen nuevos tipos de personas. Cuando creíamos que se habían cerrado las categorías y tipologías, ¡zas! Aparecen nuevos grupos, ahora más diversificados y con nuevos caracteres, sembrando el organigrama general de un follaje denso, una especie de sarpullido, agreste y circense, de nuevos perfiles personales.
Por ejemplo, el tipo singular de fantoche: apadrinado por la determinación de una estatua con apellido de bronce y la mirada veteada de antigüedad, o el fantoche de pelo en pecho, paciente cazador de lombrices al acecho, o ese otro más folclórico, el fantoche pelanas, entrenador de cangrejos para que bailen sardanas. Sin olvidar al fantoche con pretensiones, bautizado con agua de borraja o leche de pantera, que luce en los calcetines una tomatera. No faltan tampoco en el estamento fantoche los que parecen tener “aguachirri” de chapapote en las venas con la propiedad de coagularse en las cuestas arriba. A su vez, suelen tener también cierta propensión hacia el embeleso, por los confines de algún universo fetén. A propósito, se ajustan unos gayumbos de luciérnaga en los ojos, tras caer hipnotizados mirando el vaivén de un columpio.
José Fermín Plaza
Otras veces, se retratan sin quererlo, cuando utilizan el freno de mano de un tobogán para ralentizar su palabrería. Más difíciles de detectar son aquellos tipos que atesoran el tatuaje de un verraco vetónico tras la frente, o les han puesto una vacuna concentrada de “plato de lentejas”, gente que no duda en poner la sensatez, sin silla de montar, a la grupa de un “matasuegras”.
Un tipo nuevo, menos común, es el optimista forzado por decreto: ese que es capaz de estirar del espejismo hasta vendernos un merendero con vistas en la despensa de un buitre o que promueve una amnistía en el gallinero para escamotear de la cara las “patas de gallo”. A mayor efecto, estos tipos suelen investirse de una solemnidad de “gigantes y cabezudos”, bien para sembrar de promesas dulces un discurso en una reunión de apicultores, o bien para proponer en un congreso de toreros un incremento en su factura de la luz por usar “traje de luces”. Y es que puestos a recaudar, pronto les cobrarán a los iluminados místicos, a los que ven la luz por un tablazo en la cara o la sobrenatural al final del túnel. Menos mal que de esta voracidad recaudatoria están exentas las parturientas.
Un ramillete de tipos que en unas olimpiadas de rarezas incrementarían, considerablemente, el medallero de Iberia. Y eso que algunos de ellos no invitan, precisamente, a la “vida social”, a pesar de su condición de vivales
En fin, un ramillete de tipos que en unas olimpiadas de rarezas incrementarían, considerablemente, el medallero de Iberia. Y eso que algunos de ellos no invitan, precisamente, a la “vida social”, a pesar de su condición de vivales, pues suelen tener la mirada aferrada a un apagón, con los ojos esmaltados de sonambulismo y vermú. Además de una complexión poco agraciada con las teorías de la evolución, con una media de unos setenta quilos de peso más cuatro adicionales de estupidez. De tal manera que, puestos a hacer sombras chinescas sobre la pared, aparecen sobre sus cabezas siluetas de cuervos bailando claqué con música de Peret. Para así lucir mejor el palmito del “borriquito”.
Por lo demás, ya en la tierra de la seriedad, nos cuesta entender que las ilusiones nunca están hoy, siempre flotan en el mañana como un iceberg sobre el Guadiana. Además, dichas ilusiones tienen querencia a la gravedad, esa gravedad que las precipita sobre la tierra, como lágrimas en la playa o antorchas sobre un estanque. Claro que lo más granado de nuestra tipología se zampa un helado en una leprosería. Un helado de tutti frutti de torrija y alfalfa regado con el caramelo liquido de la inoportunidad. Luego, a modo de despedida y vasallaje, el macho alfa deposita en la frente de su cliente un regalo, frío y desapasionado, como el beso de un buzo.