De la educación mejor no hablamos (I)
- Damián Beneyto Pita
Hay que ver lo poco que se habla y escribe es España sobre la educación. Ni siquiera los sesudos tertulianos de las diferentes cadenas televisivas o radiofónicas, que saben de todo, dedican algún comentario a un tema que debería ser estrella en un país como el nuestro que tiene casi con toda seguridad el sistema educativo más aberrante de Europa con un fracaso escolar de record a pesar de lo bajísimo que es el nivel de conocimientos que se exige.
Todo empezó allá por el comienzo de la década de los noventa con la abyecta LOGSE, un invento de un tal Solana, sucesor del ínclito Maravall, que mal copió recetas de los sistemas educativos norteamericano e inglés para fabricar uno de los mayores churros legislativos en materia educativa que se recuerdan y que, desde entonces, ha servido como “catecismo” tanto para la diestra como para la siniestra en lo que a la educación se refiere en nuestro país.
Las leyes Orgánicas de Educación desde entonces han proliferado casi tanto como los sindicalistas liberados, aunque algunas de ellas ni siquiera llegaron a implantarse del todo por falta de tiempo, pero todas tenían y tienen el denominador común de que son hijas putativas de la LOGSE. Así fueron apareciendo la LOPEG (PSOE), la LOCE (PP), la LOE (PSOE), la LOMCE (PP) y la que está ahora en vigor la LOMLOE (PSOE).
Damián Beneyto Pita
Este batiburrillo legislativo solo ha servido para anteponer lo ideológico a lo académico. La igualdad de oportunidades se ha pervertido y ahora lo que se pretende es que haya igualdad de resultados. Una cosa es dar a todos la posibilidad de acceder a la educación y otra muy distinta que todos consigan los mismos logros, pues todas las personas no tienen las mismas capacidades. La falacia de este sistema educativo del que disfrutamos es el de hacer creer precisamente eso, que no existen diferencia en las aptitudes y el talento de los individuos y para esto, no hay más remedio que igualar por abajo, no hay nada que iguale más que la ignorancia.
Cada una de las leyes antes mencionadas, si exceptuamos quizás la LOMCE o ley Wert que apuntaba maneras y que por eso fue defenestrada, han ido bajando el nivel de conocimientos del alumnado por un lado y facilitando la promoción del mismo por otro hasta límites insospechados.
Ya desde la enseñanza infantil y primaria se observa como lo superfluo se convierte en fundamental y lo fundamental en superfluo. La escritura, la lectura y el cálculo elemental, entre otros aprendizajes fundamentales, pasan a un segundo plano para no importunar a los tiernos infantes y todo gira alrededor de los saraos. El juego que debe ser una herramienta del aprendizaje se convierte en un fin en sí mismo con lo que los alumnos acaban creyendo que todo el campo es orégano y que lo único importante es divertirse y pasarlo bien; “que el niño sea feliz” o “que sea feliz el niño” sin ningún tipo de cortapisas u obligaciones.
La igualdad de oportunidades se ha pervertido y ahora lo que se pretende es que haya igualdad de resultados. Una cosa es dar a todos la posibilidad de acceder a la educación y otra muy distinta que todos consigan los mismos logros, pues todas las personas no tienen las mismas capacidades
El orden y la disciplina pasan a un segundo plano y al niño no se le educa para que aprenda que la adquisición de conocimientos y habilidades básicas supone esfuerzo y trabajo, por lo tanto, tampoco se le crea ningún sentido de la responsabilidad. No hay que “traumatizar” al personal aunque las consecuencias sea la frustración a las que llegarán muchos de ellos cuando más adelante se encuentren incapaces de superar los obstáculos que la vida les pondrá delante. En estas etapas comienza el fracaso escolar que es tanto por la falta conocimientos como por la adquisición de actitudes negativas.
Lo de la ESO es ya para nota, esta etapa es un “totum revolutum” sin orden ni concierto cuyo único objetivo es mantener a nuestros jóvenes escolarizados hasta los 16 años. Los IES e IESOs son guarderías; lo importante es que los adolescentes estén a buen recaudo y molesten lo menos posible, que aprendan más o menos va a depender principalmente de su entorno familiar. El profesorado acaba siendo una especie de “poli de guardería” con pocas atribuciones en lo que a mantener el orden se refiere y obligado a realizar, durante gran parte de su horario laboral, una labor burocrática tan innecesaria como farragosa que sólo sirve para que la administración intente justificar su incompetencia supina con estadísticas y peroratas que son auténticas pajas mentales (con perdón) y brindis al sol.
El fracaso escolar en esta etapa educativa es altísimo y sería aún mayor si la evaluación y la promoción no fueran un auténtico cachondeo. Una parte importante del alumnado llega a la ESO con graves problemas en lectura comprensiva, ortografía y cálculo elemental, y con nulos conocimientos de historia y geografía (eso sí, manejan el móvil como los ángeles). Si a esto añadimos que carece de hábito de trabajo y de estudio el resultado no puede ser más desalentador. Las nuevas tecnologías (TIC), que deberían ser herramientas para facilitar el acceso al conocimiento, se convierten en un fin que lejos de servir para el aprendizaje de las diferentes materias en muchos casos solo sirven para acceder vía internet a páginas poco aconsejables o para atentar contra la intimidad de compañeros o profesores.
El número de alumnos diagnosticados con déficit de aprendizaje y con conductas contrarias a la convivencia es cada día mayor -sin que nadie se explique las razones de esta epidemia-, dándose el caso que en algunos centros superan el 50% del alumnado y en algunos grupos, especialmente en 1º y 2º de la ESO, hasta el 80%. Los excelsos y nunca bien ponderados departamentos de Orientación no dan abasto enviando sesudos informes al profesorado y recomendando estrategias educativas para paliar tanto trastorno que se suele solucionar cuando el alumno cumple los 16 años y abandona el centro educativo. Mientras tanto aquellos alumnos sin “incapacidades” sufren las consecuencias de una integración mal entendida que afecta gravemente a su proceso de aprendizaje al convertir a algunos institutos de facto en Centros de Educación Especial.
Uno de los aspectos más estrambóticos de este periodo es la evaluación del alumnado. Evaluar al alumno se ha convertido en algo casi metafísico, los conocimientos han pasado a un segundo plano y aquí lo importante son las supuestas “competencias” que acaban siendo interdisciplinares y donde el profesorado, sea de la materia que sea, se manifiesta sobre cualquiera de ellas con la misma prosapia que el titular de la misma. Calificar a un alumno es algo cercano a lo esotérico y la burocracia que conlleva es absolutamente esperpéntica. Si a esto unimos que cada centro fija unos marcadores y unas condiciones para promocionar y titular, el resultado es un gazpacho, (más manchego que andaluz por lo consistente), que permite que “competentes” analfabetos funcionales titulen y puedan llegar a bachillerato. La ingeniería estadística para blanquear el fracaso escolar ha llegado a un virtuosismo nunca visto y la mecánica evaluativa colabora adecuadamente.
Continuará…


