Incendios, el drama de cada verano (IV)

Francisco Castañares Morales

Comenzaba esta serie de cuatro artículos el pasado mes de julio recordando los orígenes del Plan Infoex, que la vieja guardia del antiguo ICONA llamaba despectivamente el “Plan Castañares”. En solo un año pasamos de no tener nada a contar con un verdadero plan, con presencia en el territorio y con la participación de todo el personal de la Agencia de Medio Ambiente de Extremadura. La filosofía era sencilla: dividimos la región en 11 grandes zonas de alto riesgo y distribuimos los medios que consideramos necesarios en cada una de ellas. Los medios, que en cada zona estarían dirigidos y coordinados por un técnico o Agente del Medio Ambiente, debían ser capaces de dar respuesta inmediata a cualquier incidente que se produjera. Una estructura superior, creada a escala regional, movilizaría los medios necesarios, procedentes de otras zonas, si la envergadura de la emergencia lo requería.

francisco_castañares Francisco Castañares Morales

Aprovechamos todos los recursos disponibles, como la valiosa red de casetas de vigilancia, ubicadas en los puntos más altos del territorio con el fin de detectar cualquier incendio desde su inicio. Y adoptamos el despacho automático de los medios territoriales disponibles, para controlar en los primeros momentos los incendios que se produjeran. Contratamos inicialmente un helicóptero, que ubicamos en Monfragüe, con capacidad de transportar bomberos forestales y agua para sofocar las llamas, que después ampliamos a seis, ubicándolos en Valencia de Alcántara, Hoyos, Jarandilla, Guadalupe y el Monasterio de Tentudía, en Calera de León (Badajoz). El antiguo Servicio Forestal tenía otros dos, ubicados en Pinofranqueado (Las Hurdes) y en Herrera del Duque (La Siberia), si bien estos solo servían para transportar personal y no podían unirse al combate contra las llamas porque no disponían de capacidad para transportar agua. Para esa función había, además, en ambas zonas, dos aviones de carga en tierra que hacían un magnífico trabajo.

El plan funcionó muy bien, gracias sobre todo a la generosa implicación de todo el personal de la Agencia de Medio Ambiente, aunque no teníamos técnicos suficientes para cubrir todas las zonas. Si analizamos las estadísticas de aquellos años, entre 1991 y 2002, veremos que apenas hubo incendios significativos (durante mi mandato, solo uno, en La Siberia, llegó a quemar alrededor de 100 hectáreas). Completamos el trabajo con la creación de la Comisión de Evaluación y Seguimiento del Plan Infoex, en la que analizábamos cada lunes los incendios producidos durante la semana, prestando especial atención a la capacidad de respuesta y el resultado final de la misma.

La vegetación crece en Extremadura a un ritmo de entre 2 y 6 toneladas por hectárea y año. Si no extraemos ni aprovechamos los excedentes, ni permitimos que se queme en incendios de baja intensidad, la vegetación se acumula, se seca y más tarde o más temprano se quemará.

Años después el plan se mejoró aún muchísimo más. Se incorporaron más medios aéreos y, sobre todo, se dotó de una magnífica estructura de Coordinadores de Zona, con cualificado personal técnico que en principio no teníamos. Pero en esas estábamos cuando llegó el verano de 2023 y Extremadura entera ardió como una pira. Grandes incendios arrasaron la zona fronteriza con Portugal, a la altura de Valencia de Alcántara, Las Hurdes, Sierra de Gata, el Puerto de Los Castaños, la Sierra de San Pedro, las Sierras del Sureste de Badajoz… En seis días de agosto, entre el 1 y el 3 y en los alrededores del 15, se quemaron decenas de miles de hectáreas y el Plan Infoex, tan eficaz durante su primera época, colapsó.

¿Que había ocurrido? El Plan funcionó con extremada eficacia, evitando incendios significativos, pero el Servicio Forestal, procedente del antiguo ICONA, dejó de hacer prevención y abandonó la gestión de los montes extremeños, principalmente por falta de fondos públicos para realizarla. Y el abandono del medio rural se dejó notar en el crecimiento descontrolado de la vegetación, que, ante la falta de cultivos, pastoreo y aprovechamiento de madera, leñas y otros productos forestales, hubiera requerido una mayor inversión que la que hasta el momento de las transferencias se había venido realizando. Y la “paradoja de la extinción” hizo el resto: “cuanto más eficaces somos apagando los incendios que podemos apagar, más grande y destructivo será el incendio que vendrá, que ya no podremos apagar”. ¿Por qué? Porque la vegetación crece en Extremadura a un ritmo de entre 2 y 6 toneladas por hectárea y año. Si no extraemos ni aprovechamos los excedentes, ni permitimos que se queme en incendios de baja intensidad, la vegetación se acumula, se seca y más tarde o más temprano se quemará. Y cuanto más tarde en quemarse, más vegetación seca acumulada habrá y, por tanto, más grande e intenso será el incendio que finalmente la arrasará.

Por eso decimos que, si renunciamos a gestionar nuestros montes, el fuego lo hará por nosotros. No en vano es el mecanismo de autorregulación que tiene la naturaleza para evitar que el crecimiento de la vegetación colapse.

Lecciones de vida, que aprendimos observando el comportamiento del fuego y su relación con el crecimiento de la vegetación, la ausencia de gestión y aprovechamiento, la falta de pastoreo y el abandono de las antiguas tierras de cultivo intercaladas en los montes. Lo aprendimos nosotros, los que creamos e impulsamos el primer plan Infoex, pero lo ignoraron los que durante los años siguientes lo dirigieron, obsesionados por apagar fuegos pequeños que, en muchos casos, hubiera sido mejor dejar arder para eliminar un combustible que más tarde iba a crearnos auténticos problemas, incluso de protección civil.

 

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