Blanquear un iglú
- José Fermín Plaza
Muchos lo presuponen y otros lo dan por hecho: el fuselaje amniótico de tus ideas y ocurrencias tiene piteras. Así parece al poco que analices lo que has dicho y redicho por tu altavoz del ombligo. Entonces lo expuesto se diluye en el rastro difuso de las peteneras, toma de vitaminas de la alacena del charlatán, y luego renquea, ostensiblemente, por los andurriales de los cerros de Úbeda.
José Fermín Plaza
A propósito de esos cerros con be/cerros, todos recuerdan, a la sazón, tu capacidad de hacer un don de lo inadecuado. O tu destreza en curtir tu liderazgo fulero, tras observar los trabajos del escarabajo pelotero. De tal manera, merced a esa dudosa facultad, lo mismo derivas las necesidades al terreno de lo imposible que organizas una barbacoa en una iglesia para recalentar “la comidilla” con la parrilla de San Lorenzo.
No es de extrañar, al efecto, que presumas luego, tan campante, de una licenciatura en mediocridad en la en la facultad anti- Cervantes de la vanidad. Peor aún, cuando columpias tus ideas en un trapecio de papel, tras de la frente, por la arborescencia de la hiel. Por hache o por be, de manera virtual o a flor de piel, si tomas el nombre de la coherencia en vano, entonces tus palabras parecen granadas de mano.
Otra cosa bien distinta es la dignidad y la forma de sobrellevarla en los momentos difíciles. En esas circunstancias entre los disparos del dolor sin silenciador o cuando se nos instala en el apellido los recordatorios dolientes del olvido. Pero, al efecto, hay que trabajar la entereza y, si hace falta, hacerla bajar a la mina de la voluntad. Aunque en el duro camino nuestros zapatos vayan por delante de los pies y el mañana se presente incierto, como un Himalaya sobre nuestros los hombros, en vilo, y entre sus crestas unos presupuestos de puntos suspensivos. En ese lance, la voluntad de la mano del entusiasmo hereda de la juventud el divino tesoro.
Pero, ojo al parche… que vienen baches. Hogaño proliferan personajes que disparan palabras con escopetas de feria. O, por otras razones, se ponen a dar lecciones de moralina sibilina al auditorio saltarín de una piscifactoría. Pululan, además, por esos otros foros y plateas donde el público ha aprendido a dormir con los ojos abiertos. Son esos tipos de poco calado que ensayan su oratoria y discursos dentro de un iglú, seguramente, para blanquear intenciones o enfriar suspicacias o, quizás, para poner en blanco el historial de la mala conciencia. Sin duda, lo hacen para “vitaminar” la autoestima, al estilo de esa forma placentera con la que unos niños destrozan en nieve la corcholina.
En estos casos, para nuestro mal, en el teatro de los rencores abundan los malos actores. Medran, a sus anchas, entre las bambalinas del “postureo” y la fatuidad, con una brocha encalada en la mano y un esguince en la honestidad. Como fulanito o como tú, especialistas en el rendibú. Ya sabes, a blanquear un iglú con la leche de serpiente de tus tabús.


