Del Lamborghini al rescate de la democracia venezolana
- Juan Andrés Frías González
Tengo que agradecer al Presidente su ilustración, a los desilustrados del mundo de la automoción, entre los que me encuentro, porque he podido aprender que hay un coche de ricos, denominado Lamborghini, y que es menos importante que un tren de cercanías o un autobús urbano. Sobre todo para aquellos que se autodefinen progresistas (siempre de salón) que, en nuestra tierra, vendieron la llegada del tren de alta velocidad para el año 2010. Quince años después sólo nos contentamos con que los trenes lleguen a su destino el día que tienen que llegar. Porque aquí, por no encontrar, no vemos ni un tren en condiciones ni un Lamborghini de un rico caprichoso.
Juan Andrés Frías González
Seguramente, muchos de los que hacen comparaciones entre el coche de alta gama y el autobús urbano, desearían, aparcando su ideología (también de salón), acabar conduciendo el primero, si tuviesen la más mínima oportunidad.
¡Menuda hipocresía!
Pero el deseo tampoco es obstáculo, si fuesen buenos gestores, para hacer funcionar con eficacia unas líneas de transporte adecuadas a las necesidades de una población, que soporta un esfuerzo fiscal más que considerable.
Ya nos gustaría un país con una capacidad económica que hiciese compatible unos medios de transporte público de calidad y un parque automovilístico privado que también lo fuese.
Pero pongamos los pies en el suelo.
¿Avanzamos o retrocedemos?
En capacidad económica, tengo mis dudas. En derechos y libertades, ninguna.
Porque ahora encontramos un Gobierno (que decía contar con el apoyo de una mayoría cuando hasta los más forofos sabían que era de cartón piedra), que pretende alargar su incapacidad a costa de ignorar al poder legislativo que, no olvidemos, representa (mejor o peor) las preferencias mayoritarias de la población. Es lo que conocemos como derecho a elegir a nuestros representantes políticos a través del sufragio universal, libre, igual , directo y secreto, que no puede faltar en los países democráticos.
Seguramente, muchos de los que hacen comparaciones entre el coche de alta gama y el autobús urbano, desearían, aparcando su ideología (también de salón), acabar conduciendo el primero, si tuviesen la más mínima oportunidad
Pero también es cierto, si se consolida el deseo del Presidente, que no sería el primer gobierno español del último siglo que ha gobernado sin contar para nada con la voluntad de los que pagaban sus sueldos. Dos dictaduras, una de ellas larguísima, una república que terminó en tragedia, algunos golpes de Estado y un periodo de conquistas democráticas y económicas que ahora se tambalean con un gobierno desastroso.
Es mi opinión y la mantendré hasta que la cambie ¿Yo también tendré ese derecho? ¿O es un derecho reservado?
Escribo estas líneas el mismo día que el poder legislativo español, ese que se pretende ignorar, reconoce el triunfo electoral de la oposición democrática en Venezuela, a pesar del trabajo contrario de algunos políticos españoles. Muchos de esos políticos se sientan en el Consejo de Ministros y en el Parlamento español. No sería descabellado calificarlos como alérgicos a la democracia, calificativo que considero generoso.
Dentro de unos años, cuando haya menos venezolanos en Venezuela, Maduro acabará ganando las elecciones. Hasta Bildu acabará ganando las del País Vasco, entre otras cosas porque ya se encargaron durante décadas de disminuir el censo electoral por la vía de la coacción, que hacía insoportable la convivencia
Si se ofenden, tienen múltiples oportunidades para rectificar.
Yo creo que ni se ofenden. Les da exactamente lo mismo.
Que no se preocupen porque acabará sucediendo lo mismo que en otros lugares. Cuando los ciudadanos son perseguidos acaban abandonando. Es el resultado que acaba fortaleciendo a las dictaduras.
Dentro de unos años, cuando haya menos venezolanos en Venezuela, Maduro acabará ganando las elecciones. Hasta Bildu acabará ganando las del País Vasco, entre otras cosas porque ya se encargaron durante décadas de disminuir el censo electoral por la vía de la coacción, que hacía insoportable la convivencia.

Es el sufrimiento de los pueblos que soportan la violencia sobre las ideas. Sufrimiento que adelgaza el censo electoral para regocijo de los dictadores.
El exponente máximo está perfectamente ejemplificado en el hecho de expulsar del país a quien gana en las urnas y mantener en el Gobierno a quien ha sido derrotado por un pueblo perseguido.
Eso es lo que ha sido censurado por un Parlamento (el español) al que, si se pone muy “intransigente”, el propio poder ejecutivo está dispuesto a ignorar.
Cuando lo hagan, consolidaremos nuestra posición entre las naciones que han decidido bajar de categoría entre las democracias que se sienten orgullosas de serlo.
Si lo consentimos, seremos corresponsables del retroceso que no hemos sido capaces de evitar.
Ya les pasó también a los venezolanos y, ahora, hay que acudir a su rescate. Si los intermediarios interesados sacan sus manos, quizás no excesivamente limpias, de la intermediación.


